El Universal, 14 de Enero de 2006

Una de las condiciones esenciales que debe tener un Puerto para ser ventajosamente competitivo es poder brindar el acceso a sus instalaciones durante las 24 horas del día, ventaja que en Colombia ofrecen Cartagena y Santa Marta.

Sin embargo, la clase dirigente de Barranquilla es consciente de esa necesidad, por lo que, contra viento y marea, trata de brindar la misma oportunidad. Pero sabemos que en determinados meses del año el comportamiento del río Magdalena y de su desembocadura en Bocas de Ceniza restringen la entrada y salida de barcos al puerto barranquillero. Por eso, tanto las autoridades del Atlántico, como los gremios de la producción y la ciudadanía en general, luchan con ejemplar esfuerzo por medio de dragados, construcción de tajamares, espolones y otras obras de alta tecnología, para poder prestar los servicios portuarios las 24 horas.

Cartagena no siempre pudo brindar a sus usuarios la facilidad de recibir y despachar los buques en horas nocturnas. Aunque se disponía de unos muelles adecuados para el atraque de naves de acero con máquina a vapor, el canal de acceso a la bahía no se encontraba señalizado con boyas iluminadas. Esa circunstancia limitaba el tráfico a las horas diurnas.

Según información de mi compadre Domingo Polo “Bolívar” (q.e.p.d.), a principios del siglo XX se encontraba atracado en “La Machina” el vapor “Versalles”, donde debía embarcar una compañía de teatro española que, por varias noches, había hecho las delicias del culto público de Cartagena. El zarpe estaba previsto para las 5 de la tarde. Pero importantes personas de la ciudad estaban interesadas en que la compañía les presentara una última función.

El director explicaba que tenían que embarcar en el “Versalles” pero, que si el capitán del buque los esperaba, ellos con gusto complacerían al público de Cartagena. Consultado el capitán del buque, dijo que podía esperar hasta las 9 de la noche, siempre que el “leman” (piloto práctico) se comprometiera a sacar el buque de noche. Acudieron a José Rosario “Sallo” Polo, el leman de turno, quien dijo: “váyanse tranquilos a ver su función”. Efectivamente, los teatreros se presentaron con sus bártulos a las 9 p.m. y el buque zarpó antes de la media noche.

Reinaba una oscuridad absoluta, pero “Sallo”, al lado del capitán, iba dando las ordenes con absoluta seguridad. El buque navegó por el canal de manera lenta, pero sin titubeos. Primero divisaron las luces del lazareto de “Caño de Loro” y poco después, las del pueblo de Bocachica. Como no disponían de radios, “walky-talkies”, ni teléfonos, los remeros que debían sacar del barco al leman, no acudieron. La nave dejó oír su atronadora voz de vapor de agua una y otra vez. Las mujeres del pueblo se alarmaron; se preguntaban si acaso había estallado una nueva guerra civil y se llevarían a sus maridos para ponerles “el chopo” al hombro. Los perros del pueblo ladraban en coro
generalizado. Los más valientes, desde la playa ladraban al buque, pero los cobardes se internaron en Codego; unos huyeron a Cicuca, otros al pozo de Carey, y otros a la loma Sisiaca.

Aseguraba “Bolívar” que todavía hay perros perdidos en el monte, descendientes de los cobardes que huyeron asustados por el estruendo del pito del vapor “Versalles”.