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¿La globalización tiene la culpa?

La globalización tiene la culpa

Por: Natalia Gil, líder de Investigaciones Económicas del Grupo Puerto de Cartagena

A lo largo de la historia, el comercio marítimo ha estado bajo el control de tres grupos prominentes: los vikingos, los romanos (también conocidos como italianos) y los fenicios. La influencia de los vikingos se refleja en la herencia de innovaciones en el diseño de embarcaciones y la ingeniería naval en el ámbito del comercio internacional. Su audaz travesía entre continentes en busca de recursos, como la madera, se considera un catalizador de los primeros pasos hacia la globalización.

Por su parte, los fenicios se destacaron como los primeros colonizadores del Mediterráneo hace tres milenios, desempeñando un papel crucial en la instauración de la primera globalización en lo que más tarde sería conocido como el Mare Nostrum. Su habilidad para guiarse por las estrellas, la construcción de buques mercantes sin precedentes y la creación de rutas comerciales estables entre los extremos oriental y occidental del Mediterráneo marcaron una etapa crucial en la conexión de diversas regiones.

Los romanos, con su comercio que abarcaba desde el Lejano Oriente hasta Roma a través de corredores como el mar Rojo y el Golfo Pérsico, no solo conquistaron territorios en guerras, sino que también abrieron sus fronteras al mundo. Este gesto permitió el flujo de mercancías, especialmente armas de combate, llevando a historiadores destacados como Mary Beard, profesora de la Universidad de Cambridge, a afirmar que "los romanos crearon el mundo globalizado".

Estas tres narrativas comparten un denominador común: la construcción de un mundo interrelacionado, donde el liderazgo de unos pocos facilitó la conquista de las zonas comerciales más relevantes.

En la era contemporánea, la globalización ha tejido una red interconectada que une a naciones, culturas y economías en una danza compleja de interdependencia. Sin embargo, este tejido global no está exento de tensiones, ya que los conflictos geopolíticos actuales plantean desafíos significativos que reverberan en el ámbito del comercio mundial. 

Hoy estos tres grandes de la historia del comercio están representados en las líneas navieras más importantes. Y son justo estos grandes de los mares los que han tenido que bailar bajo una tormenta de incertidumbre, guerras, crisis y problemas medioambientales, claramente con un impacto generalizado en la economía global. Bien puedo decir que hoy el comercio internacional no se mueve por las decisiones individuales de los particulares, si no que da pasos al vaivén de la música de la globalización.

Para ilustrar esta interrelación, consideremos la reciente crisis en el mar Rojo. Desde mediados de noviembre, un grupo rebelde yemení (los hutíes) viene atacando indiscriminadamente todas las embarcaciones que cruzan por el mar rojo, en un acto de “solidaridad” con Palestina por su guerra con Israel. Más allá de explicar las razones de los hutíes para los ataques, vale la pena entender que el mar Rojo hace parte de la única ruta para llegar al Canal de Suez, por el cual se moviliza el 12% del comercio global, el 12% del comercio de petróleo, el 8% del gas natural licuado que se mueve por los mares y el 30% de la carga contenerizada del mundo.

En diciembre de 2023 la mayoría de las líneas navieras decidió omitir su paso por el Canal de Suez y buscar rutas alternas (como el cabo Buena Esperanza) para conectarse con sus destinos finales, lo que ha traído consigo sobrecostos hasta de 82% en los fletes con relación al año anterior y mayores retrasos en las cadenas de suministro. Lo que inicialmente parecía ser un conflicto aislado, sin aparente relevancia global, se transformó en cuestión de dos meses en el cuello de botella más impactante para la industria marítima en tiempos recientes, comparándose casi con la magnitud de la pandemia

¿Tiene entonces la globalización culpa del impacto que genera la crisis del mar Rojo?

Si al leer el título de este editorial usted pensó que abogaría por retornar a las prácticas comerciales antiguas de ciertas naciones, le aseguro que está equivocado. Ni siquiera los romanos, fenicios o vikingos adoptaron tal enfoque. A raíz de las perturbaciones de los últimos años, particularmente desde la pandemia, ha emergido una tendencia hacia medidas proteccionistas en diversos países, con el propósito de "prevenir" que el entorno internacional perjudique a las economías locales.

Es innegable que la globalización ha provocado un impacto cada vez mayor en el comercio internacional debido a asuntos geopolíticos, ambientales y financieros. La interconexión de las cadenas globales de suministro hace que las ondas de choque en lugares cruciales, como el Canal de Suez y el mar Rojo, generen sismos de gran magnitud en el comercio internacional.

Sin embargo, también es cierto que sin la globalización, el comercio internacional sería más limitado y las naciones menos desarrolladas. Representando aproximadamente el 50% del PIB mundial, el comercio marítimo desplaza el 90% de ese comercio por los mares. Reflexionar sobre esto nos lleva a reconocer que el problema no radica en la globalización, ya que esta es sinónimo de crecimiento económico.

La globalización ha facilitado el acceso a tecnologías innovadoras, ha promovido la transferencia de conocimientos y ha abierto oportunidades comerciales antes inimaginables. El intercambio de recursos y la especialización en la producción han llevado a una distribución más eficiente de bienes y servicios a nivel mundial, beneficiando a consumidores y propietarios de carga.

Es esencial reconocer que la globalización no es estática ni inevitable. Su curso y efectos dependen en gran medida de las decisiones tomadas por gobiernos, empresas y la sociedad en general. Culpar a la globalización por los males actuales y optar por medidas proteccionistas simplificaría en exceso la complejidad de los problemas que enfrentamos. Así que se hace imperativo abordar sus desafíos mediante una gestión empresarial responsable. La industria marítima requiere adaptabilidad, colaboración y eficiencia por parte de sus actores.

En este contexto, surge mi última reflexión: la reciente anunciada colaboración entre Maersk y Hapag-Lloyd, la Gemini Cooperation. Esta alianza operativa, aunque particular, resulta necesaria en un mundo donde el "justo a tiempo" y la certeza de las rutas marítimas se han desvanecido. Ambas compañías buscan mejorar la calidad de los servicios y alcanzar niveles de confiabilidad superiores al 90%, una respuesta lógica después del auge del comercio pospandemia, la crisis de contenedores y las disrupciones mencionadas anteriormente. Es una forma de adaptarse para perdurar y, al mismo tiempo, trabajar de manera conjunta para dejar una huella duradera.

Extrapolando la Gemini Cooperation al entorno mundial actual, bien podría decirse que las empresas y los individuos deben reconocer que, en última instancia, la prosperidad económica y el bienestar de los ciudadanos están interconectados con el destino colectivo del mundo y que solo a través de un enfoque colaborativo, se pueden superar los desafíos actuales y construir un futuro más estable y próspero para todos.