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Ensoñación desde la loma - narrar la Ciudad Puerto

portico

Escrito por Eduardo García Martínez. 

Observó la enorme embarcación saliendo de una tímida neblina que cubría la isla de Tierrabomba, rumbo al puerto de Manga. Imaginó a los pasajeros asomándose desde sus camarotes para admirar la belleza que se abría a la curiosidad de sus ojos atónitos, la imponencia de una ciudad singular que no habían visto jamás. Los altos edificios apiñados en una delgada franja de tierra, la enorme bahía, el gran cerro tutelar al fondo, las colinas circundantes, las altas chimeneas industriales, las fortalezas de piedra que les dieron la bienvenida en Bocachica, la mostraban con aire enigmático y particular. 

Cuando se fue decantando constató que el crucero, blanco como una gaviota, era el más grande que habían visto nunca sus ojos y sintió una extraña alegría. Recordó que en sus tiempos jóvenes las naves que arribaban al puerto no traían pasajeros sino cargas a granel y que trabajadores incansables las movían como hormigas de un lado a otro con sudoreosa dedicación. Para entonces la ciudad apenas salía de su condición de villorrio, como la había visto con sus ojos estrábicos el poeta más celebrado de Cartagena, Luis Carlos "el Tuerto" López. 

-Pero los tiempos cambian- pensó-. 

Ahora su atención estaba centrada en los barcos de crucero. Mientras acomodaba su taburete sobre la gran ceiba que sombrea la loma de su barriada, veía avanzar la nave que abría la nueva temporada de esas embarcaciones majestuosas que traen en sus entrañas a miles de pasajeros que quieren disfrutar una ciudad que seduce por su historia de siglos, sus murallas, su comida, su mar cálido, sus islas, su gente, su festivo ambiente Caribe. 

Imaginó ser un guía profesional orientando a los visitantes en sus recorridos por el cordón de piedra, la zona turística, los monumentos históricos. Llevándolos a la cima de la Popa para mostrarles la ciudad desde lo alto, explicarles lo que representa ese cerro en el recorrido vital de la urbe más admirada y querida de los colombianos, la más ambicionada por los visitantes que recorren el Gran Caribe. 

Les diría que antes de la llegada de los españoles habitaban sus territorios indios Kalamary, que fue fundada el 1 de junio de 1533 por Pedro de Heredia, que durante siglos le construyeron murallas, fuertes, castillos para protegerla de piratas y corsarios que ambicionaban las riquezas que en ella se almacenaban para ser enviadas a Cádiz en galeones que integraban la gran Flota de Tierra Firme. Su bahía magnífica le daba las ventajas necesarias para ser la ciudad más importante de cuantas construyó España en el Nuevo Mundo. 

Orgulloso les recordaría que el 11 de noviembre de 1811 se cubrió de gloria cuando sus hijos decidieron ser libres y proclamaron su independencia absoluta, que soportó hasta el delirio y la muerte el Sitio más implacable que se diera en las postrimerías de la Colonia en los nuevos mundos, que su sacrificio le valió el título de Ciudad Heroica, que el siglo XIX fue para ella decadencia y penuria, que se levantó de sus ruinas para convertirse en la principal ciudad turística de Colombia y que la UNESCO la declaró Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad en 1984. 

Se vio hablando del inigualable Centro Histórico y el arrabal de Getsemaní (cuna de la gesta libertaria), de la vieja plaza convertida en mercado de seres esclavizados traídos del continente africano como mercancía de fuerza bruta para trabajos inhumanos, de la vida del sacerdote Pedro Claver devenido en santo, de las casonas coloniales con balcones y zaguanes llenos de misterios, de sus muchas iglesias, de la estrafalaria presencia de la Inquisición en su seno, de la fina arquitectura colonial y republicana, de sus plazas y parques, de la torre del Reloj, de sus calles de nombres irreales, de sus personajes históricos, fiestas, música y artistas, del Museo de Arte Moderno, del teatro Adolfo Mejía, de su gente alegre y descomplicada, del orgullo de saberse cartagenero. Historias y más historias de una ciudad irrepetible. 

Entusiasmado relataría que la ciudad ofrece hoteles de lujo, restaurantes para satisfacer paladares del mundo, centros de convenciones con modernas tecnologías, joyerías donde pueden adquirirse las mejores esmeraldas, sitios de diversión, casinos, un mar cálido, hermosas islas,  amaneceres y atardeceres de ensueño. 

Explicaría que cada año miles de turistas llegan a la ciudad en estos cruceros que parecen paraísos flotantes en sus viajes de placer por el gran Caribe y otros mares del mundo. Que la industria de cruceros se convirtió en un poderoso pulmón para la economía local de la mano de la Sociedad Portuaria Regional de Cartagena, favoreciendo a muchas personas naturales y jurídicas vinculadas a diferentes actividades del turismo: guías, transporte especializado, taxis, agencias de viajes, joyerías, tour operadores, restaurantes, almacenes de artesanías, boutiques, proveedores de alimentos y bebidas, artistas y vendedores callejeros. 

El crucerismo, diría entonces convencido, es inigualable herramienta de promoción de la ciudad como destino turístico. 

Desde su taburete recostado en la ceiba centenaria de la gran loma, el viejo estibador escucha la radio y se entera que al día siguiente arribarán al puerto tres cruceros al tiempo, con más de siete mil turistas y tres mil tripulantes. Estarán ocho horas en la ciudad haciéndola suya, comprando esmeraldas, joyas, artesanías, pinturas al óleo, gafas, sombreros, frutas tropicales, café, degustando comida local e internacional, bebiendo agua de coco, cambiando dólares, tomando fotografías al caminar el Centro Histórico, la zona turística, el castillo de San Felipe, la Popa, admirando la ciudad más hermosa que nunca antes vieron y jurándose que volverán una vez más para sentir de nuevo esas emociones que ahora los embargan y que tampoco antes habían experimentado. 

Lee en el periódico la información que entregan voceros de la Sociedad Portuaria sobre el número de turistas y tripulantes que llegaron a la ciudad y cuánto gastaron en la última temporada, previa a la pandemia de Coronavirus, y queda perplejo: algo más de 600 mil personas y 63 millones de dólares. 

- Caramba- dice entre dientes-. Concluye que es mucha gente y mucha plata  que  aquí se queda oxigenando de manera extraordinaria la economía local. 

Su emoción aumenta al saber que en la temporada 2022/23 arribarán 625.775 visitantes: 458.420  pasajeros, y 167.355 tripulantes, con un impacto económico de más de 67 millones de dólares. Detalla que el gasto por pasajeros se promedia en 122 dólares y 70 dólares por tripulante, de acuerdo con el estudio de Business Research And Economic Advisir -BREA-. 

Llega la hora del almuerzo. Recoge su radio y su periódico, mira el cielo adornado con nubes tan blancas como el crucero y piensa que, como sostienen los expertos,  trabajando con profesionalismo, amor y dedicación, en pocos años se alcanzará el millón de cruceristas por temporada. Para eso, deduce, se requiere preparar talento humano, innovar, invertir en tecnología, ampliar infraestructura y lograr nuevos productos turísticos. 

-Eso también tengo que verlo- piensa en voz alta y sonríe una vez más. 

Antes de levantarse de su asiento mira por última vez hacia el puerto, ve el crucero aún en muelle, se persigna y ruega porque sigan llegando más embarcaciones como esa, cargadas de viajeros, repletas de buenas nuevas para los cartageneros.