El Meridiano de Córdoba y El Universal, 8 de enero de 2005

De 1894 a 1930, el Puerto - Terminal de Cartagena fue “La Machina”, un muelle de madera levantado en la península de Bocagrande, donde hoy están los muelles de la Armada Nacional. El 4 de febrero de 1930, un pavoroso incendio arrasó con las instalaciones portuarias. Por eso, una de las primeras iniciativas del presidente Enrique Olaya Herrera fue la de contratar la construcción de un moderno terminal para el puerto de Cartagena. Para tal efecto fue seleccionada la firma Frederick Snare Corporation, con asiento en Nueva York.

Hubo el propósito de inaugurar el nuevo terminal en 1933, para que coincidiera con la celebración de los 400 años de fundación de Cartagena de Indias (1533). Por eso, en las bodegas que se construyeron encima de los dos espigones aparecía en alto relieve el número de la bodega (N° 1 y N° 2) y el año: 1933. Por causa del conflicto armado que se suscitó entre Colombia y el Perú, la atención gubernamental se orientó de manera principal a enfrentar el diferendo y las obras del terminal sufrieron algún retraso. La inauguración del Terminal Marítimo que se levantó en la isla de Manga se llevó a efecto en enero de 1934, acto presidido por el presidente Olaya Herrera y
por su ministro de Obras Publicas, doctor Alfonso Araújo.

Con ocasión de la inauguración de las instalaciones portuarias sobre la isla de Manga, en una de las nuevas bodegas, la N° 3, se celebró una exposición industrial nacional. Tenía yo entonces nueve años de edad cuando mi cuñado, Alberto Lecompte, quien había trabajado en la construcción del Terminal, me llevó a ver la exposición.

Llamó especialmente mi atención una máquina para hacer confites de la fábrica de Mister H. Tyrer, que recibía por uno de sus lados la masa de caramelo y por el otro salían los confites envueltos, listos para ser consumidos. Pero en realidad lo que me cautivó fue un muñeco que bebía Kola Román que nunca se le acababa. Levantaba su brazo derecho en cuya mano tenía una botella de Kola, dejaba salir el líquido que le entraba por la boca y, una vez que descendía al brazo, el líquido circulaba por dentro del muñeco y volvía a llenar la botella. Daba así la sensación de que nunca se le acababa la Kola.

En otro “stand” estaba un globo terráqueo, encima del cual aparecía una lata de aceite lubricante TROCO (Tropical Oil Company), parecía como si el aceite fluyera de la lata y cubriera toda la super- ficie de la tierra. Semejante al muñeco de la Kola Román.

Finalmente vi un armario lleno de productos comestibles de la marca Respin. Había vinagres, mermeladas, salsas de distintos sabores y otros alimentos enlatados. Días después supe que unos ladrones, aprovechando las horas en las que la bodega estaba cerrada, se metieron debajo del muelle en una canoíta y entraron por un “manhole” que se hallaba en el piso del almacén. Se orientaron principalmente hacia el “stand” de Respin, al que saquearon, quizás por ser mercancía de óptima calidad, fácil de vender. Esos son mis recuerdos de la inauguración del Terminal de Manga. No me interesó el corte de la cinta inaugural ni los discursos de los políticos. Mi atención estaba fija en el muñeco que bebía Kola Román. ¡Cómo lo envidiaba!